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¿Todo es vanidad?

Foto del escritor: bienaventuradassomosbienaventuradassomos

Actualizado: 22 ene 2022



“Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2).


La palabra vanidad es sinónimo de presunción, envanecimiento, jactancia, vanagloria y arrogancia. Hace referencia a la actitud de quien sobrevalora sus propias habilidades, atributos y conocimientos y, en consecuencia, desarrolla un concepto de sí mismo tan exagerado que se cree superior a los demás. De allí que una persona vanidosa es considerada engreída e incluso, soberbia; pues tiene sus propios méritos en un muy alto concepto y posee un afán excesivo de ser admirada y considerada por los demás.


Por otro lado, la vanidad también hace referencia a todo lo perecedero de las cosas terrenales, a la brevedad del tránsito que posee la existencia humana, y en este sentido, a lo inútil o vanas que resultan las cosas de este mundo. Y es desde esta perspectiva que haremos mención del libro de Eclesiastés, cuyo autor nos lleva a reflexionar sobre esta fugacidad de la vida, así como la condición mortal del ser humano; el vacío y el sin sentido de un caminar carente del amor a Dios.


El libro de Eclesiastés no identifica directamente a su autor, pero ya desde su comienzo, hay algunos versículos que implican que fue Salomón quien escribió este libro: "Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén". Eclesiastés 1:1, si bien se identifica como "Predicador", la Palabra nos dice también "hijo de David, rey de Jerusalén". Sabemos que el único hijo de David que fue rey de Jerusalén, fue Salomón, el cual dispuso de una gran sabiduría otorgada por Dios mismo, y nos plantea los grandes interrogantes que han inquietado al hombre por siglos: ¿Vale la pena vivir? ¿Existe algún propósito y significado en la vida, frente a un mundo en el que tenemos que enfrentar dificultades, injusticias e incertidumbres? Nuestras metas, logros o buen obrar ¿tienen importancia, si a final de cuentas, todos moriremos igualmente; no importa cuánto o qué hayamos alcanzado o qué bien o mal hayamos vivido?


La respuesta del Predicador, es que si solamente nos limitamos a contemplar la existencia humana desde la perspectiva del aquí y el ahora, no tenemos otra alternativa que asumir una postura totalmente pesimista: “Vanidad de vanidades… todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Eclesiastés 1:2-3). Su análisis de la vida se circunscribe a lo que ocurre “debajo del sol”, esta frase hace referencia a las cosas humanas, terrenales y temporales de esta vida, sin ninguna referencia a lo eterno. Y es en este sentido que, aunque podamos disfrutar de buenos momentos, la vida en su conjunto es vana, frustrante y fatigosa; cargada de afanes, sin sentido, pues todo se repite una y otra vez sin propósito alguno: “Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo. Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido” (Eclesiastés 1:4-10).


Al considerar estos versículos, no sería absurdo preguntarnos, en vez de si "¿hay vida después de la vida?", más bien "¿hay vida ahora?". El hombre ha intentado de muchas maneras alcanzar la felicidad fuera de Dios y se esfuerza con ahínco todos los días para poder lograrlo. Pero la Palabra de Dios nos muestra lo absurdo de tales intentos, pues el Predicador nos revela, la insatisfacción que inevitablemente resulta de buscar la felicidad en las cosas del mundo. Y nos invita a ver a través de los ojos de una persona que pudo explorar la mayor parte de los placeres de la vida temporal y su conclusión fue: que todos podían clasificarse como vanidad. Él descubrió que todo era efímero, vano, repetitivo, una diversión momentánea, que sin Dios, no tiene propósito o permanencia. Y esto incluye, no solo a lo creado, sino también a la vida de todo hombre y mujer sujeto a este mundo pasajero. Culminando con la enigmática experiencia de la muerte y quedando totalmente en el olvido una vez que desaparece, como lo expresa el Salmo 103:15-16 “La vida del ser humano es como la hierba, florece como la flor del campo, apenas el viento sopla con fuerza, muere, y ya nadie sabe ni siquiera en dónde estaba”.


Cristo, nuestra plenitud


Pero realmente ¿todo es vanidad?... Hubo un hombre que le gustaba contraponer la palabra “vanidad” con “plenitud”, y ¡cuánta verdad hallamos en esta expresión! Pues para aquellos que estamos en Cristo, no todo es vacío y desilusión, porque podemos mirar desde lo eterno. Hemos entendido que esta vida no se resume solamente a este peregrinar, sino que existe una vida eterna, que es más real de la que vemos, ya que aquello que vemos muchas veces está plagado de engaño e ilusión.


La palabra “plenitud'' significa, en términos generales, que algo o alguien está completo. Se asocia la plenitud con un estado de totalidad. Puede referirse tanto al estado de una persona, como a algo que se puede contar. Por ejemplo, se puede decir que un recipiente está en su plenitud cuando está lleno. La Escritura nos enseña que al conocer el amor de Jesús somos llenas de toda la plenitud de Dios: “También le pido a Dios que Jesucristo viva en sus corazones, gracias a la confianza que tienen en él, y que ustedes se mantengan firmes en su amor por Dios y por los demás. Así ustedes podrán comprender, junto con todos los que formamos el pueblo de Dios, el amor de Cristo en toda su plenitud. Le pido a Dios que ustedes puedan conocer ese amor, que es más grande de lo que podemos entender, para que reciban todo lo que Dios tiene para darles” (Efesios 3:17-19 TLA). Solo una persona satisfecha, llena y completa del amor de Dios puede expresar estas palabras como lo hizo el apóstol Pablo, pues su vida fue totalmente transformada y llena del amor de Cristo camino a Damasco.


La plenitud de Dios llena nuestra alma, cuerpo y espíritu, y es reflejada desde adentro hacia nuestro exterior al tener una relación y una comunión íntima con Jesús. Seremos llenas porque estaremos completas en Él. “A Dios le agradó que todo lo que él es habitara plenamente en Cristo” (Colosenses 1:19 PDT) y es por tal motivo que la plenitud de Dios no se basa en las circunstancias, sino en la llenura que nos da, a través de Jesús. ¡Su vida en nosotras, nos hace mujeres plenas!


En Juan 10:10 “... yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Cristo nos regala esa vida de abundancia, nuestra sed espiritual es totalmente saciada para ya nunca más tener que buscar en otro lado; como le ocurrió a aquella mujer samaritana al encontrarse con el agua de Vida: “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13-14).


De aquí también entendemos Juan 1:16 “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. Todos hemos recibido esa vida abundante que por medio de Cristo, el Padre regaló para todo aquel que confía y le sigue; a partir de allí… bendición tras bendición, plenitud tras plenitud.


Plenitud de sabiduría


“Él desbordó su bondad sobre nosotros junto con toda la sabiduría y el entendimiento” (Efesios 1:8 NTV). Esto no hace referencia a la posesión de grandes conocimientos científicos y filosóficos, sino a la profunda revelación que Dios nos da en toda sabiduría e inteligencia de Cristo.


“... Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y se las has revelado a estos que son como niños. Sí Padre, porque así te agradó. Mi Padre me ha dado todo. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera mostrárselo” (Mateo 11:25-27 PDT). Esta gran y hermosa revelación ha sido escondida a los sabios de este mundo. Aquellos que en su soberbia, creen tener el entendimiento de todas las cosas, pero ha sido revelada a los humildes y sencillos.


El mundo decide ignorar a Jesús, corriendo tras sus afanes, sin saber que está rechazando la verdadera sabiduría que conduce a la vida eterna. Pero aquellos pequeñitos que deciden creer en Él, son los privilegiados en recibir esta gran revelación, pues existe una gran plenitud en la vida de todo creyente que busca conocerle cada vez más.


Plenitud de paz


“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da...” (Juan 14:27). Jesús nos dice que nos regala su paz y que nada tiene que ver con la “paz” que el mundo nos puede dar, ya que ésta es momentánea, pues radica en las circunstancias que nos rodean. Pero la paz que Cristo nos otorga, está cimentada en la confianza que tenemos por conocerle. “La paz de Dios hará guardia sobre todos sus pensamientos y sentimientos porque ustedes pertenecen a Jesucristo…” (Filipenses 4:7 PDT).


Plenitud de gozo


“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11). El salmista David sabía que el disfrutar de la presencia de Dios es la experiencia más sublime que un ser humano puede experimentar. Es allí donde vemos el camino claro que debemos transitar, donde encontramos sentido a nuestra vida, entendiendo el precioso propósito por el cual fuimos creadas. En su presencia huye toda tristeza, pues el Señor nos inunda con alegría fluyendo en nuestro interior un gozo genuino. La soledad desaparece y su compañía nos llena, es entonces cuando podemos disfrutar el refugio eterno que el Señor es para nuestra vida.


¡Oh, cuán hermosa es la presencia del Señor, pues nos ha vestido de alegría y nuestra alma lo alabará por siempre!, como lo expresa el Salmo 30:11-12: “Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.


Plenitud de esperanza


“Que Dios, quien da esperanza, los llene de toda alegría y paz a ustedes que tienen fe en él. Así tendrán tanta esperanza que llegará a otros por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13 PDT). Esperar algo resulta muchas veces tortuoso o poco satisfactorio para las personas, percibiendo dicha espera como un tiempo perdido. Esta creencia común puede considerar a la esperanza como algo negativo y no muy deseado.


Sin embargo, para el creyente, la esperanza es una virtud esencial y tiene una connotación positiva, basada en Dios y en sus promesas, siendo nuestro Dios la fuente de nuestra esperanza. Para los cristianos la esperanza no produce desesperanza o es infructuosa sino que nos motiva, porque entendemos que no pertenecemos a este mundo. Somos de Cristo y pronto llegará el día en que habitaremos con Él para siempre.


Sin Cristo, no existe nada que nos pueda saciar, pues todo es “vanidad de vanidades”. Aquel Predicador, del cual se citó al comienzo, después que ocupó su vida en tratar de encontrar el propósito de todo este mundo visible, culmina el discurso de la siguiente manera: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13). Salomón nos enseña que lo más importante es temer al Señor guardando sus mandamientos, porque solo esto, es lo que hace completo al ser humano; es el todo del hombre y nos da verdadera plenitud.


¿Todo es vanidad? Sin Cristo, sí. Pero con Cristo y en Cristo, podemos hacer esta hermosa afirmación "¡Plenitud, plenitud… TODO es plenitud en Jesús!


 
 
 

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