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La importancia de permanecer en Cristo

  • Foto del escritor: bienaventuradassomos
    bienaventuradassomos
  • 1 feb 2024
  • 8 Min. de lectura

 “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él…” (Colosenses 2:6).


Esta carta del apóstol Pablo a la iglesia en Colosas, fue escrita desde la cárcel en Roma. Se encontraba preso por primera vez y a causa de la predicación del evangelio. Su expreso pedido es que esta epístola también se leyera a los hermanos en Laodicea. Al leerla, encontramos sus oraciones a favor de estas iglesias, él dice: “Siempre orando por vosotros…” En Colosenses 2:1 NTV “Quiero que sepan cuánta angustia he sufrido por ustedes y por la iglesia en Laodicea y por muchos otros creyentes que nunca me conocieron personalmente”. Podemos ver que no expresaba angustia o lamento por estar en prisión en sí, aunque era una situación agobiante. Él decía: “y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:18). Lo que verdaderamente afligía su corazón, era la condición y peligro en la que se encontraba la Iglesia del Señor, (a quien él amaba entrañablemente). 


Eran tiempos peligrosos en extremo, abundaban las falsas doctrinas, los judaizantes, el culto a los ángeles, los falsos hermanos y la liviandad con que vivían el cristianismo. No veía nada bien el futuro que le esperaba a la Iglesia y ésta era la razón de sus serias y constantes advertencias.


El apóstol intercedía fervientemente por las iglesias del Señor. En la carta a los Colosenses, el apóstol manifiesta la gran lucha que sostenía por los cristianos, pero también habla del gozo que sentía al saber del “buen orden y firmeza en la fe que ellos profesaban” (Colosenses 2:5). Había una gran diferencia entre esta Iglesia y la de Corintios donde predominaba el desorden, la división y el pecado.

No obstante, el apóstol los insta de esta manera: “Por tanto de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él…” (Colosenses 2:6). Andar indica una acción, una forma de vivir, progresivamente y en todo tiempo. No de cualquier manera, sino como habían sido enseñados por los santos y fieles hombres de Dios. Efesios 2:20 nos dice “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo…”. El fundamento siempre será Cristo y sobre Él debemos edificar y avanzar “hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento”, esforzarse para lograrlo, porque “en el Padre y Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” 


Es más que haber tenido un encuentro con Dios


Pablo nos llama a aquellos que hemos conocido a Cristo a permanecer en Él, andar en Él. Estar siempre en un continuo caminar con Cristo. No es suficiente el haber tenido un encuentro con Él, esto es insuficiente para crecer en nuestra vida cristiana. Esto debe continuar sin detenerse y hacerse cada vez más firme y profundo.


Colosenses 2:7 dice: “Arraigados y sobreedificados en Él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias.” Estar arraigados, es decir, afirmados con profundas raíces en el Señor, establecidos y fundamentados con los principios de la Palabra de Dios. Sobreedificados da la idea de un edificio que va siendo construido, que va añadiendo materiales, piso tras piso, volviéndose más grande. Pablo ordena, que estén listos para la acción, y no quedar pasivos. Que crezcan en su vida cristiana, de manera que se pueda apreciar cambios significativos en su conducta. En esos cambios notables, debe verse la obra santificadora de Cristo. Este cambio es producido por el Espíritu Santo que mora en el creyente y llevará, al que es hijo de Dios, a través de la Palabra, a vivir de una manera santa. Jesús oró: Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). 


Le pertenecemos a Dios


Tenemos el sello que le pertenecemos y será visible en nuestro vivir. Fuimos salvos, ahora debemos crecer y madurar, “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina…”. El pasar por alto esto tan importante, ha sido la causa de que hombres que se veían piadosos, se relajaran, se estancaran y cayeran de una manera tan evidente.  


Esta carta tiene una gran similitud con la que fue enviada a la iglesia en Éfeso. Encontramos las mismas advertencias, consejos y mandatos. Al saber esto, podemos preguntarnos ¿Qué sucedió con esta iglesia? Y para esto vamos a leer Apocalipsis 2:4-5 DHH “Pero tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo amor que al principio”. Este es un grave reproche del Señor. Habían perdido su primer amor. Ellos tenían muchas obras, habían trabajado arduamente, eran pacientes y el Señor reconocía todo esto, pero esto no era suficiente para Jesús. Estaban llenos de actividades, pero vacíos de amor a Dios. El mucho hacer, puede transformarse solo en una religión vacía. El único motor que debe animarnos a servir al Señor es como decía Pablo: “El amor de Cristo nos constriñe”, o sea nos urge e impulsa, es la causa de que alguien actúe u obre. Olvidaron el fervor, la pasión por el Señor. Su servicio era hecho mecánicamente, podemos decir hasta “profesionalmente”. Aprendieron las formas, el dialecto cristiano, pero la belleza de Jesús, la pureza y la santidad habían perdido atractivo para ellos. Su corazón estaba como entumecido. El Señor lo predijo en el evangelio de Mateo 24:12 “el amor de muchos se enfriará”. Aunque aún guardaban algunas cosas y aborrecían otras que Dios aborrecía, debían examinar exhaustivamente sus vidas, recordar cuál había sido la causa de su caída, arrepentirse y volver a su primer amor. Debían hacer las primeras obras. Había una urgencia en esto, por un gran peligro: Jesús quitaría su candelero de en medio de ellos si no se arrepentían.


Debemos andar en luz


Un candelero ilumina. En el antiguo pacto el candelero simbolizaba a Jesús mismo, Él es la luz. Ellos quedarían en profunda oscuridad. Perderían la misma presencia de Dios. De esta manera, no tendrían ninguna autoridad espiritual, ni influencia para el mundo; por el contrario, el mundo entraría a la iglesia. Quedarían en una profunda oscuridad. Sin luz no discernirían entre el bien y el mal, entre lo santo y lo impuro. Todo les daría lo mismo. Grandes peligros acecharían: falsas enseñanzas, doctrinas contaminadas, falsos hermanos. Debemos permanecer firmes y fieles en nuestro amor al Señor, permaneciendo cerca de Él cada día. No podemos permitirnos descuidar nuestra comunión con el Señor. Estar a sus pies y el meditar en su Palabra, debe ser lo más importante para nosotras. Nuestra prioridad. 


Sin embargo, Jesús termina su reprensión de esta manera: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7). ¡Qué grande amor del Señor, qué inmensa misericordia! ¡Qué preciosa promesa es dada para el que venciere! Siempre hay un llamado, una oportunidad para el arrepentimiento. Dios nos llama a vencer el pecado y hacer morir la carne, a andar en el Espíritu.


Pablo les hablaba en esta carta de la necesidad de poder “comprender el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para ser llenos de toda la plenitud de Dios”. No era Cristo quien había fallado en amarlos con este amor supremo y puro. Otras cosas habían enfriado sus corazones y los había endurecido. Ya no amaban al Señor como en sus principios. No llegaron a ser “plenamente capaces de comprender con todos los santos” la grandeza de su amor.  Esto nos habla de unidad, como la iglesia del Señor, juntos como el cuerpo de Cristo, debemos estar “unidos entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro…”, estimularnos “... al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24).


Enseñanzas sin fruto


Ya que, si nos detenemos a mirar la Iglesia de Laodicea, donde también debía leerse la carta a los Colosenses, nos daremos cuenta de la decadencia espiritual en la que fueron deslizándose. Las enseñanzas recibidas no habían dado ningún fruto en ellos. Aunque Pablo no cesaba de orar para que sean “... llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo…” (Colosenses 1:9). Esto nos hace ver que todo depende de cómo nosotras respondamos al llamado del Señor. Es nuestra responsabilidad delante de Dios.


Si hablamos de lo valiosas que son las cartas de Pablo para la iglesia de todos los tiempos, ¡cuánto más las cartas que Jesús, ya resucitado, envía a las siete iglesias del Apocalipsis! En estas cartas Jesús siempre reconoce lo bueno de cada una de ellas, pero en el caso de Laodicea, no encuentra nada digno de elogiar, sino que la reprende duramente y dicta una sentencia. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16). La confianza en las riquezas, la mundanalidad, la codicia, los malos deseos, produjeron una tibieza que nunca hubieran imaginado en sus comienzos. La Palabra de Dios nos dice: “Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar” (Romanos 12:2 TLA).


No debemos descuidarnos


No debemos descuidarnos en esto. No podemos ignorar que hay una batalla que día a día se libra y es necesario vencer. Tentaciones, concupiscencias, malos deseos y pasiones desordenadas enfrentaremos en nuestro caminar cristiano, pero debemos crucificar la carne y sus deseos para ser victoriosos. Jesús una y otra vez repite “Al que venciere…” dando preciosas promesas a quien logre hacerlo. Dios sigue hablando a su Iglesia hoy, pero muchos dan muestras de tener los oídos tapados, llevando una doble vida, mezclando el mundo con las cosas santas del Señor. Hoy muchos “sirven” en la congregación y después sirven al mundo y sus placeres ¡Cuánto autoengaño! Se han vuelto ciegos, “olvidando la purificación de sus antiguos pecados” y se han hecho completamente vanos. Dios jamás aprobará tal cosa. No hay una clara visión de quién es Dios, como la tuvo Isaías. Dios es “Santo, santo, santo…” y demanda santidad en nosotras. 


Esta Iglesia que era tan preciada para el Señor, vino a ser una simple vasija de barro sin ningún tesoro en ella. Jeremías dijo: “Los hijos de Sion, preciados y estimados más que oro puro, ¡Cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!” (Lamentaciones 4:2). Esto manifestaba con profundo dolor el profeta de Dios. Pero, aun así, el Señor, en su inmenso amor y compasión les extiende una invitación: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). El Señor les estaba dando la oportunidad de restaurar la comunión con Él que un día habían perdido. No sabemos si alguno de ellos atendió a ese llamado tan lleno de amor, misericordia y perdón y abrió su corazón para que el Señor entrara, o si sus oídos estarían tan aturdidos con las cosas del mundo que ni siquiera escucharon su voz. Es por esta razón, que el Señor una y otra vez, en estas cartas repite: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. ¡Qué importante es oír para obedecer! ¿Podemos ver el gran amor de Jesús hacia su iglesia? Debemos vivir agradecidas a los pies del Señor y jamás separarnos de Él. El Señor dijo: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13). 


Retén el consejo de Dios


No tenemos registros bíblicos de cómo terminó la iglesia de Colosas. Quizás atendieron el consejo de Dios, no lo sabemos. Proverbios 4:13 nos dice: “Retén el consejo, no lo dejes; guárdalo, porque eso es tu vida”. No descuidemos las instrucciones del Señor y de sus siervos, pongámoslas en práctica, de ello depende que nuestra vida espiritual sea prosperada. Uno de los pedidos finales de Pablo es, “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias…” y finalmente en Hebreos 12:28-29 se nos dice: “Así que, recibiendo un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor...”.  Estas palabras fueron pronunciadas por el profeta Isaías: “Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?”.  Esto nos recuerda que nuestro Dios no cambia, ¡sigue aborreciendo el pecado, que fue lo que llevó a su Hijo a morir por nosotros en una cruz! ¡No dará por inocente al culpable! ¡Nuestro Dios es fuego consumidor! Tenemos demasiados motivos para vivir una vida de gratitud y consagración al Señor, donde no debe faltar jamás el temor reverente hacia Él. El apóstol Juan expresa: “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Juan 2:28). 


¡Vivamos para la gloria de Dios y esperemos con gran gozo, el día de su venida!


 
 
 

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